jueves, 21 de febrero de 2008

ELLA


Esta es la historia de una mujer... una mujer sin nombre.
Siempre había soñado vivir en una playa sin más compañía que un faro, un faro que le diera la seguridad de no sentirse sola. Llego el día y armada de valor, partió con una maleta y su sola presencia a un paraje deseado. No soportaba la compañía de cualquier signo de vida a su lado, ni siquiera una planta, que no hacia ruido ni protestaba. El sacrificio de dedicar cinco segundos a algo, la volvía más austera. No tuvo suerte en muchos aspectos de la vida, no pudo concebir hijos por no ser egoísta, no quiso que la desgracia irrumpiera en sus vidas como el huracán emotivo que arraso la suya.
Un nuevo día empezaba para ella, su rutina proporcionaba una vida más llevadera, no pensar en el pasado, pensar en el presente y a corto plazo, como los bebés cuando les quitas un juguete, que lloran dos minutos y a por otra cosa. Se sacó las sabanas de encima, rastreo con sus pies el suelo buscando sus zapatillas, se estiró con un grito sordo y volvió a repasar por un instante su anterior vida, como cada mañana. No había desorden, pues necesitaba un orden exterior que paliara su madeja enredada de recuerdos por olvidar, se vistió con colores cálidos y fue en busca del amanecer, que era lo único que ella creía duradero, lo único que le infundía seguridad. Hundiendo su peso en la arena de la playa, Divisó su roca, aún estaba oscuro, extendió un pareo con estampados de nubes y esperó. No pasaron más de dos minutos, cuando escuchó un chapoteo que se acercaba a la orilla, por un instante pensó en marcharse pero no lo hizo, vio un niño nadar mar afuera incesantemente con el rostro impregnado de terror. No se acercó para no asustarlo, medía sobre un metro treinta y su piel no habría parecido tan negra si ya hubiera amanecido. Pensó en su madre, el inmigrante solo, su corta edad y en la diferencia, si hubiera sido hijo suyo, jamás lo dejaría marchar, tal vez, lo que encontrara fuera mejor... pero no sin mí.
Un hilo de luces azules y ruido reiterante la empujo a la realidad y no pudo hacer otra cosa que llevárselo a su casa, antes de que cayera en manos de los guarda costas. En su refugio, lo aseo, lo alimento, lo abrigo con sus mimos, lo agobio como cualquier madre empacha de ternura al más indefenso hasta que lo durmió.
A la mañana siguiente, no se sacó las sabanas de encima, , las arrastro hasta la hamaca del muchacho, aunque una sonrisa en su cara le dio una novedad matutina, no pensó en recuerdos y no hurgó en el suelo sus zapatillas, solo quería comprobar que no había sido un deseo anhelado. Desapareció sin dejar un olor, una palabra y un recuerdo...

1 comentario:

Victor Mariusso dijo...

Cómo y cuándo quieras, vecino!
Igual, siempre posteo poemas en castellano, así que pasá igual, dale?
Gracias por tu visita!
Un abrazo.